Para quienes somos fanáticos de los vehículos de los años '40, '50 y '60, el Automuseum Studebaker de Moncopulli, en Osorno, puede parecerse mucho al paraíso. Sólo sabía de éste a través de varios reportajes de revistas y uno televisivo (“Visiones”), del Canal 13 y obviamente, estando en el sur, la visita era obligatoria.

 

 
Salí desde Valdivia una mañana de febrero, con mis padres y mis hijos, (pues además de hacer un reportaje quería compartir y disfrutar de la experiencia).
 


Escuchábamos a Bill Haley, a Elvis y a Little Richard, como preparándonos, mientras recorríamos los 25 kilómetros de lomas suaves y verdes que separan a Osorno del Museo, por la Ruta Internacional 215 (Puyehue), hacia la cordillera.

Por fin llegamos. Un letrero al costado izquierdo del camino nos avisa, y un poco más allá un Studebaker sobre el techo de la edificación de madera nos da la certeza de que habíamos llegado.

 


En la recepción, noto de inmediato lo que sería la tónica del Museo: Orden, muy buen gusto, vitrinas de vidrio exponiendo piezas cromadas, mascarillas, micas, e incluso muchos objetos: cámaras fotográficas, juguetes, fotografías o discos de vinilo. Hay música ambiental y viejos avisos de revistas y fotografías enmarcadas en las paredes, todo en mucho equilibrio, sin excesos.

No termino de maravillarme con todo esto cuando uno de mis hijos (Ignacio), corre escaleras arriba. Como ellos sólo tienen 3 años y mucha curiosidad, subo enseguida para evitar cualquier “bochornoso incidente”. Al alcanzarle, estoy en un balcón donde mis ojos salen de sus órbitas al contemplar una verdadera laguna de colores, vidrio y cromo reluciente, donde las luces se reflejan y rebotan dentro de la hermosa y cálida nave de madera con vigas a la vista.

 


Una vez abajo, tomé mi cámara y mi block de notas y entré. La primera sensación fue ese “olor a auto antiguo”, (que no es malo, sólo es característico. El mismo de mi Chevy '51 “...en proceso de resucitación”, que debe ser al aceite, pues también lo tienen las viejas máquinas de coser y lo tenía una vitrola que desarmé hace algún tiempo).

Nuevamente, sorprende la minuciosidad de cada detalle. Frente a cada vehículo hay una ficha con sus datos, las fotos del estado en que llegó y algunos artículos relacionados. Desde el viejo Ford T de 1920 hasta una Chevy “El Camino” que, casi, es demasiado nueva.

 

 
Personalmente, aluciné con la belleza del Studebaker “Champion” de 1950 y su mascarilla de inspiración aeronáutica, el hermoso y elegante Studebaker “Commander” negro, de 1934; el fantástico diseño del “Hawk” de 1961 y un Buick “Century” de 1955 en inmejorables condiciones.

 


 
 


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